Hace exactamente seis años el mundo del entretenimiento perdió a uno de los actores más histriónicos que existió en Hollywood. Robin Williams, con 63 años, se suicidó después de enfrentar durante el último año de su vida un padecimiento físico. Lejos de lo que se especuló en su momento sobre una supuesta depresión por problemas financieros o familiares, el protagonista de Papá por siempre tenía una enfermedad neurodegenerativa que fue acorralando su capacidad cognitiva.
Susan Schneider Williams, su viuda, encabeza la producción del documental Robin’s Wish, donde se reconstruye a través de entrevistas y material de archivo los últimos meses del actor y cómo el diagnóstico de «demencia de Lewy» le desconfiguró su percepción de la realidad.
«Robin confrontó durante su último año con la ansiedad, la paranoia, el insomnio, la aterradora realidad alterada y una montaña rusa de esperanza y desesperación a la vez. Con el cuidado de nuestro equipo de médicos, perseguimos la chance de frenar esos síntomas con poco éxito. No fue hasta poco tiempo después de su muerte, durante la autopsia a su cuerpo, que la fuente del terror fue revelada: tenía uno de los peores casos médicos de esa clase demencia que haya existido», aseguró Schneider, en el comunicado de prensa que distribuyó por la presentación de la película.
El cuerpo del actor fue encontrado el 11 de agosto de 2014 en su casa de Tiburon, California. Los estudios posteriores determinaron que Williams murió debido a una «asfixia por ahorcamiento». «Los exámenes toxicológicos revelaron la ausencia de alcohol o drogas ilícitas. Se detectaron restos de fármacos de receta en concentraciones terapéuticas», puntualizó el estudio en ese momento.
El tratamiento que había empezado tenía que ver con el mal neurológico que lo afectaba. «Mi esposo había estado incubando sin saberlo una enfermedad mortal. Casi todas las regiones de su cerebro estaban bajo ataque. Su propia experiencia lo desintegró», explicó Schneider, de acuerdo a lo que cita el sitio The Hollywood Reporter.
En el documental, además de médicos, familiares y conocidos de Williams, hablan sus colegas y compañeros de trabajo. Uno de los testimonios más importantes es el de Shawn Levy, el director de la saga Una noche en el museo, las últimas producciones en las que trabajó el actor. «Era claro para nosotros en el set que algo estaba pasando con Robin. Ya no se siente ser leal no hablar del tema, sino que es más leal poder hacerlo», explicó realizador.
Su talento lo llevó de la televisión al cine
La carrera de Williams fue en ascenso desde que se hizo famoso por su papel del extraterrestre Mork, en la serie Mork & Mindy en 1978. A partir de su paso por la televisión, su firmeza para mostrarse en el teatro de comedia, su capacidad para imitar voces y el desaforado histrionismo que manejaba en escena, se fue acercando al cine.
El debut lo consiguió en la década del ’80 con la versión live action de Popeye, de Robert Altman, un inicio con el que no tuvo éxito. Pero con Buenos días, Vietnam, Williams empezó a hacerse ver. Su verdadero despegue popular fue en los ’90: La sociedad de los poetas muertos, Pescador de ilusiones, Jumanji, Papá por siempre, En busca del destino, La jaula de las locas, Hook, Patch Adams, Más allá de los sueños, entre otras que vinieron después.
Robin Williams marcó a una generación de actores y artistas que se criaron en los ’90 mirando sus películas. La manera de componer personajes, crear sus voces e inventar esas personalidades era única. En uno de sus shows en vivo, antes de ser una estrella de cine, dejó una frase que quedará registrada para siempre: «En la vida solo te dan una sola vez la chispa de la locura. Si la perdés, no sos nada».