Desear que los demás sean felices revierte en nuestro bienestar.
Aún más, este tipo de enfoque personal y de deseo auténtico revierte en nuestro bienestar. Sin embargo, de vez en cuando nos encontramos con esas personas que piensan aquello de ‘quiero que seas feliz, desde luego, pero no más de lo que soy yo’. Son perfiles que contradicen el principio de interconexión humana.
La mayoría de nosotros hemos tenido una experiencia similar. Una donde nos hemos acercado a alguien que creíamos significativo para darle una buena noticia, para compartir con él o ella algo bueno que nos había ocurrido. Al instante, percibimos tirantez, cierta falsedad o esa incomodidad que de pronto revela un fallo en la conexión; una disonancia en emociones y reciprocidad.
Sentir malestar ante la felicidad ajena revela algo más profundo que la sombra de la envidia. En ocasiones, es un golpe a la autoestima. Es también tomar conciencia de que otros logran superarse y alcanzar metas mientras uno mismo sigue cercado en sus inseguridades. No es fácil tolerar la alegría ajena cuando en sus mentes habita la frustración constante.
Desear el bienestar ajeno y celebrar los triunfos de los demás es un ejercicio de bienestar. No tiene nada que ver con principios éticos, morales, religiosos o espirituales. En realidad, detrás de este deseo expreso hay una base psicología tan válida como interesante que nos explican los estudios científicos.
La Mente es Maravillosa.
“El amor es la condición en que la felicidad de otra persona es esencial para ti”.
-Robert A. Heinlein-