«En el entorno, común, predecible, gris y mustio, el invierno clava sus garras en un intento de restauración, de compaginar el escenario ordinario en el que nos agitamos» Ver toda la columna:
Compartimos un nuevo espacio de opinión a cargo de Ángel Quintana: «El invierno de nuestras vidas»
Limpia calles, veredas, cunetas con el desplome de lluvias, pero ensucia el arroyo, el río, el mar con la costra dejada por nuestro paso furtivo y maléfico.
Es -tal vez- el soplo de la eternidad que nos agita una vez más despertándonos del letargo de una ofuscada búsqueda de nuestra esperanza, que,porfiada se oculta descorazonada ya que teme que el derrotero sea pernicioso y letal y no quede ninguna sustancia que avive el desaliento humano.
¿De qué me viene esta melancolía, ese descrédito¿, puede provenir de la inmensidad del infinito, y me aterra el destino de mi especie.
la inmensidad del intrincado molde en el cual estamos presos, con sus inmensas falencias, fallas centenarias que nos hace ver un panorama siempre lúgubre, con algo de calidez en los días estivales, pero ciegos caminamos seguros dentro de ese ámbito, tan conocido, eterno, incambiado y sin un soplo de innovación.
Me aferro a la vida -pese a ello-, y pido perdón por mi incredulidad, mi falta de fe, pero me sustento en ese ejercicio poderoso, tal vez un gesto positivo ante la muerte prepotente.
El invierno es parte de nuestro gesto adusto, que sirve insólitamente para el recogimiento de la familia, la adoración a la cálida llama del reposo, tan inverso a la lujuria veraniega, desenfrenada, sin pedir tregua… hasta quedar sin fuerzas.
HE VIVIDO AQUÍ SIENDO ESTUDIANTE, TRABAJADOR, CONSTRUCTOR DE FAMILIA, PERO ENCUENTRO QUE EN EL PAISAJE SOLAMENTE YO HE CAMBIADO.
ANGEL QUINTANA