El escritor y novelista peruano (con nacionalidad española) Mario Vargas Llosa dedicó una columna en el diario El País de España a Uruguay y su lucha contra el virus que generó una pandemia mundial.
En su columna, Vargas Llosa destaca la «manera eficiente» que tuvo Uruguay contra el COVID-19 y se pregunta por qué no se ha publicado nada al respecto. En ese sentido, entiende que nuestro país es «pequeño», «de a penas tres millones y medio de habitantes» y «aplastado» por los países cercanos como Brasil y Argentina. Sin embargo, para Vargas Llosa, los vecinos «deberían seguir el ejemplo uruguayo».
«Luis Lacalle Pou, el nuevo presidente de Uruguay, acababa de tomar el poder después de derrotar al izquierdista Frente Amplio, que había acumulado 15 años de gobierno, con equivocaciones notables en política económica, pero respetando la libertad de expresión y las elecciones libres. El martes 13 de marzo se conocieron los primeros cuatro casos confirmados de coronavirus en el país. Enfrentando las presiones de la oposición de izquierda e incluso la de su propia alianza de blancos y colorados, Lacalle Pou se resistió a imponer una cuarentena, como han hecho tantos países en el mundo. Apeló a la responsabilidad de los ciudadanos y declaró que nadie que quisiera salir a la calle o seguir trabajando sería impedido de hacerlo, multado o detenido, y que no habría subida de impuestos, porque la empresa privada jugaría un papel central en la recuperación económica del país luego de la catástrofe. Sólo se suspenderían las clases en los colegios y habría cierre de fronteras, de momento», continúa la columna.
Por su parte, recoge declaraciones de la vicepresidenta, Beatriz Argimón, quien dijo en su momento que para el gobierno la libertad del individuo es importante y que Lacalle Pou «nunca quiso tomar una medida que no tuviera en cuenta ese aspecto fundamental». Para Vargas Llosa el resultado de esta política, que difiere con algunos en Europa, no puede haber sido más positiva. «Tengo frente a mí los resultados del último informe emitido en Montevideo, señalando que los fallecidos en Uruguay por obra de la plaga son 23 personas; los contagiados, 826, y los recuperados, 689. Difícil imaginar un balance menos trágico. Es cierto que Suecia, que siguió una política semejante a la de Uruguay, ha tenido muchos contagios y muertos que lamentar, sobre todo en residencias de ancianos, y acaso la ciudadanía local actuara de manera menos prudente y responsable que los uruguayos», agrega la columna.
A continuación, Vargas Llosa presenta uno de los primeros problemas que enfrenta a Uruguay en esta pandemia: Brasil. «El gran problema que enfrenta Uruguay es su frontera con Brasil, una ciudad que ambos países comparten, y donde, con el caos brasileño que ha creado Bolsonaro, los contagios del coronavirus se multiplican. Lacalle Pou visitó dos veces la ciudad fronteriza de Rivera y, para saber si se ha contagiado del virus, ha guardado varios días de aislamiento voluntario», afirma.
«Conozco a Luis Lacalle Pou, he coincidido con él en encuentros de liberales y demócratas, y no me extraña que haya sido esta excepción a la regla apenas asumiera el poder, luego de una campaña electoral formidable. Es un hombre joven, de principios, amante de la libertad y de las ideas del verdadero progreso, que, con su valiente actitud frente a esta plaga que se abate contra el mundo, puede ahorrar a Uruguay buena parte de la catástrofe económica que se cernirá sobre los países donde los gobiernos, aterrados con la pandemia y la impopularidad, se apresuraron a cerrar fábricas y tiendas e imponer un confinamiento severísimo, o a anunciar subidas de impuestos y nacionalizaciones, sin pensar que todo ello contribuiría a agravar la tragedia económica, una de las herencias de la plaga y, acaso, la más difícil de subsanar», agrega el escritor sobre el presidente de la república.
En esta línea Vargas Llosa recordó su primera visita a Uruguay. Fue en 1966, una época de dictaduras militares en América Latina, pero Uruguay era una de las excepciones a esa tendencia. «Todo era civilizado y notable en este pequeño país de clase media, donde no se veían los gigantescos contrastes económicos y sociales que aparecían por doquier en América Latina», recuerda. En este sentido, agrega que en nuestro país «todo lo sorprendía» y que ver al país en ese estado «levantaba la moral» de un sudamericano. «Lo más admirable en él era su democracia, la más genuina de todo el continente», añade.
«¿Qué llevó a los jóvenes uruguayos a revolucionar aquel país ejemplar desatando la acción armada de los tupamaros? El ejemplo cubano, por supuesto, el delirante sueño de bajar el paraíso a la tierra a punta de disparos. Las acciones armadas y el terrorismo de izquierda fueron aplastados y el Ejército -quién lo hubiera dicho de Uruguay- estableció una dictadura implacable en lo que hasta entonces parecía la excepción a las malas costumbres políticas latinoamericanas. Durante muchos años Uruguay no fue ni sombra de lo que había sido y hasta Onetti, probablemente el escritor más indiferente a la política y a la revolución en la historia de América Latina, fue a parar a la cárcel y se salvó (gracias a España) de pasar largos años en prisión. Al final, terminaría en Madrid; no quiso regresar a su país cuando cesó la dictadura y la democracia restablecida decidió condecorarlo», acota el texto.
Para Vargas Llosa todo eso que relató «quedó atrás» y el paso de «esa coalición de izquierda», Frente Amplio, por el poder dejó en claro que «es posible en América Latina un gobierno de izquierda sin que sucumba la libertad». «Otros países latinoamericanos lo han demostrado también, con gobiernos de derecha que, a diferencia de las caricaturas que les inflige la izquierda, también respetan la ley, la crítica de la prensa y garantizan elecciones libres. Y, sobre todo, no roban, una propensión que comparten (allá y aquí) políticos de todas las ideologías», sostiene Vargas Llosa.
«Con Luis Lacalle Pou, Uruguay puede ir todavía más lejos, a pesar del coronavirus. Si hay alguien que puede dirigir una transformación profunda de su país, gracias a las ideas democráticas, es él, como ha mostrado en estos días difíciles, en los que inició su gestión resistiendo las presiones para que siguiera el ejemplo de tantos gobiernos que creyeron combatir el flagelo de la pandemia con acuartelamientos obligatorios y cierres de oficinas y de fábricas, lo que siempre agrava la pobreza y no se diga si vienen acompañados de barbaridades como nacionalizaciones y subidas de impuestos», añade.
Finalmente, el escritor entiende que «sería formidable» que desde nuestro país saliera un ejemplo de sociedad que asegure la justicia social apoyada en una economía de mercano, que garantice un alto nivel de vida al conjunto de los ciudadanos, premia a los que contribuyen más al progreso común, permita la libre competencia y promueva la cultura, para el resto de América Latina.
«En momentos tan difíciles como los que vive el planeta, soñar no cuesta nada», finaliza la columna.
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