«A todos los hombres les gusta adueñarse de las pertenencias ajenas. Es un deseo universal, solo difiere la manera de hacerlo». Alain René Lesage
Las añoranzas de nuestra niñez se me agolpan día a día en mi voluntad. acicateadas por el torbellino irrefrenable de la actual sociedad, una modernidad irreflexiva y desenfrenada, que lleva un derrotero indefinido e imprevisto; ensueños pasados que no son mas que avatares y bruma que el tiempo sepultó. Lo del título me viene a la mente a consecuencia de esta vida sin freno en la que estamos inmersos y sin medios para poder torcerla, mojada y enlodada como aquella pelota añeja, rellena de tantas ganas ilusiones que me llena de congoja.
Sueños de niño pobre, no por carecer de sustento vital, sí por no poder acceder a objetos extraños llamados «juguetes», que no nos impedía ser felices y tener siempre a flor de piel raudales de risas, con juegos naturales, sacados de nuestro inagotable ingenio. Tardes de fútbol aporreando esa pelota de trapo díscola… tremendamente pesada cuando se mojaba y se hundía en el barro de nuestro «campito», con aroma de floridas chircas, retamas salvajes y remolinos de macachines. Irrefrenable en su conducta esta terca pelota, debiendo contar con nuestra habilidad para darle el destino por el que pugnaban 20 chicos alocados tras ese preciado objeto y llevarlo a franquear la raya imaginaria de la meta, delimitado por dos piedras o un matojo de espartillo; ese batallar perduraba hasta que el rocío vestía de diamantes el pastizal y la luna nos iluminaba para que jugáramos un tantito mas, que, como únicos y estoicos espectadores contábamos con el murmullo de los grillos y el croar de las ranas en el zanjón del bulevar. Tiernos e inocentes aconteceres de una época que transitaba lentamente, palpitando toda la tierra viva, que latía al compás de nuestros juegos y sueños. Como el viejo vecino que me apodaba «Mocho» porque cuando hacía los mandados me quedaba con el «vuelto» que empleaba para comprar figuritas.
Tiernos seres que corrían alocados en torno a la manzana, detrás del andador, o la cruenta batalla de terrones dejando la calle tapizada de negros pedruscos, con la consabida indignación de los vecinos. Me acuerdo de los rezongos de Don Collazo, padre del gran amigo que tuve en mi adolescencia: «El Flaco» Collazo, más conocido por RACOPE, gran periodista de la época y fundador de Prensa Rosarina. Ese era nuestro pequeño universo en Pascual de Chena y su monte de eucaliptus, las escapadas en las siestas y las correrías en los senderos del monte indígena y vírgen de nuestro arroyo, cuya candidez, su salvaje entorno y su belleza insultante nos llenaba de esa humilde y cándida paz. Este rapto de añoranza, anclada en los sueños rotos y no logrados, y por el destino esquivo de un futuro desconocido e inalcanzable; anhelos sustraídos por este sistema que nos arrastra a la impotencia, como acontecía con esa humilde pelota de trapo, tan díscola e ingobernable. Hoy añoramos tener ese esférico moderno, liviano y de fácil gobierno, en el cual podemos darle el destino deseado solamente con un simple esfuerzo… pero esa pelota no la tenemos nosotros pero sí la clase gobernante y el sistema en su entorno, con ese combo del consumismo, la insensibilidad de los que nos dirigen y el débil esfuerzo de una generación sin sueños, torpes para direccionar nuestro destino… como aquellos niños de piernas sucias de barro pero con un corazón rebosante de vida, que sabían imprimirle destino a sus anhelos, por humildes que hayan sido… y que aún no nos habían robado la ilusión!!!
ANGEL QUINTANA.