«La modernidad como signo de progreso y energía». Por Ángel Quintana.

La Razón

«Podemos sustraernos a todas las fatalidades, hay una que nos impone su yugo: la del tiempo» Enrique Federico Amiel

Hemos asistido -al menos aquellos que no distraen los cambios a su estilo de vida- las modificaciones que nuestra existencia ha sufrido, algo mas que lo biológico, como el paso del tiempo, sino que notamos un nuevo cariz que tuerce nuestra forma de existir.

Es esto como levitar en un manto de traslúcida seda, sin un basamento seguro que nos dé una pista de cómo trasegar los impulsos vitales a una estructura social sustentable. Todo gira en torno a los incesantes «vaivenes» de nuestra voluntad, que -inevitablemente- nos sumerge en la vorágine consumista, que, como autómatas acatamos sus reglas de juego y jugamos su partido con total ahínco y convicción. El tiempo real y tangible no existe, sí aquello en lo que nos anclamos por designio biológico, y es la existencialidad. Se percibe, aunque con tenues matices, la preservación de nuestro acervo edilicio, legado de generaciones pasadas, como aquellas estructuras vetustas y a su vez bellas con un emblemático historial que nos retrotraen a vivencias tan queridas como olvidadas.

Edificios, como el liceo, el cine, el viejo correo, la vereda alta, nuestra icónica iglesia, única en su género, que se les está dispensando el interés que su larga data así lo amerita, y que representan la esencia de nuestro pueblo. Este pueblo, otrora centro neurálgico del departamento, y llave que abrió la puerta de la inmigración que impregnó a nuestra zona del vigor y vitalidad que hoy se refleja en una pujante sociedad y una hermandad que se fundió sin que se fraguaran resquemores y rechazos tan comunes entre comunidades de distinto credo o costumbres disímiles.

El esfuerzo es vano sin que encierre un propósito, y -en cambio- si ese esfuerzo se convierte solo en un ejercicio de voluntad mal medida, el contenido dificilmente sea perdurable pero sí negado, y obviamente nocivo y perdurable. Estos divagues no son más que expresiones que he acopiado al cabo del tiempo, con un matiz de desaliento ya que el menosprecio y la indiferencia se ven reflejados en los aconteceres urbanos, con malas costumbres ciudadanas y las inefables conductas de desprecio hacia el medioambiente. La vida es muy efímera como para detenernos en los constantes desmanes y desatinos de ciertos pobladores y organismos públicos, pero, de eso estoy convencido, que seguiré en pos de ese horizonte que muestre una esperanza inagotable, y no me apartaré de esa templanza a la hora de remarcar esos «pecados», hasta que remitan y volver a adueñarnos de los sueños perdidos y encontrar una convivencia más amena y disfrutable.

SOLO SOMOS PASAJEROS DE UNA NAVE AZUL LLAMADA TIERRA, Y NUESTRA MISIÓN ES MANTENERLA EN VUELO PARA QUE OTROS PASAJEROS QUE ABORDARÁN SU CELESTIAL PLATAFORMA MANTENGAN UN DERROTERO INFINITO.

ANGEL QUINTANA

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