«La inconsistencia del tiempo en el espacio interestelar, y la presencia lasciva y tenebrosa del finito tiempo de nuestra existencia se mueven en nuestro entorno, con una persistencia atroz, o como un fantasma visible y descarnado…» Ver toda la columna:
Compartimos en nuestro periódico un nuevo espacio de opinión llamado: «El delirio perpetuo».
Ya no caminamos solos por los confines de la tierra, como nuestros ancestros, desamparados y desmadrados, mas preocupados por perdurar en un entorno salvaje y primigenio, donde lo desconocido campeaba y el temor te mancillaba, ahora tenemos un submundo paralelo que respira con nuestros pulmones, late con nuestros corazones y nos roban nuestra esperanza.
El suelo se mueve y desintegra bajo nuestros pies, aunque no nos damos cuenta de su frágil consistencia; seguimos… proseguimos… agitamos y nos acoplamos a un sistemático apocalipsis; somos organismos ciegos, que nos desplazamos tanteando el endeble sistema, a sabiendas de que el sendero te conduce a un encierro dificil de salir… pero porfiadamente aplicamos capa tras capa de maldad y desidia.
Tenemos terror a la muerte, aunque no lo damos a conocer,pero ella se nutre de la vida, y voraz está esquilmando nuestras reservas, y nos apresuramos al acopio de riqueza que no es más que algo que tomamos prestado y que pronto debemos devolver.
En general estamos inmersos en una existencia fugaz, desolada, triste y aburrida, aunque muchos tengan los auspicios de unos recursos suficientes para escapar a ese tedio… hacia otro tedio… otros horizontes, igual de oscuros.
Somos una raza de tristeza milenaria, donde lo racional es letal para aquellos irracionales que -quizás- sean más felices que nosotros, pese a la amenaza del ser supremo que día a día se degrada y se encamina al final.
Jesucristo… estoy aquí!!!, como lo manifiesta Roberto Carlos en una de sus canciones, pero el lamento se diluye en el imponente vacío mundano, solo el murmullo del viento siempre presente y el latido de la Tierra en su tenaz viaje por los laberintos del espacio.
Los mares se están transformando en desiertos líquidos, sin vida y con una carga letal que nos somete; los osos polares perecen al agotarse sus energías en pos de su sustento al recorrer cada vez más distancia para ese propósito, y mueren a la par de sus crías que esperan el alimento vital; las ballenas francas, cada vez son menos, no llegando a aparearse al aumentar las distancia para tal fin… y la especie se extingue lentamente, y se apagará definitivamente como una vela sin pabilo… y quedaremos solos.
En Africa, tan pródiga como miserable, mueren cada día elefantes, rinocerontes, leones… a manos de poderosos hombres cuyas riquezas las emplean en descargar sus instintos asesinos a blancos inertes pero vivos y drogados, indefensos y de fácil eliminación.
Me atengo,respecto a este delirio, a un grabado en una lápida en el cementerio de Howff, Dundee: «Sea lo que fuere lo que con cariño llamemos nuestro, pertenece al Señor de los cielos. Los bienes que por un día se nos prestan muy pronto habremos de devolverlos».
ANGEL QUINTANA