«La Primera Piedra» escribe Ángel Quintana.

Ángel Quintana

«He estado atado en una suerte de meditación respecto a mi conducta o de  un rapto de ignorar mi observancia, tan proclive a los estados de las estructuras sociales en la que nos movemos» Ver toda la columna:

La Razón comparte un nuevo espacio de opinión: «La Primera Piedra».

Me concentro en esos actores que son los artífices de brindarnos beneficios ya pagos y laudados (los derechos ciudadanos); entiendo que soy drástico en esa disyuntiva. Recojo de vez en vez la primera piedra, testigo de que lo expuesto es de total recibo, y de que abro una herida oculta, quizás de culpa o de reconocimiento de los errores o faltas cometidas; he de reconocer -a su vez- los logros cristalizados.

El silencio ante lo evidente y reiterativo no debe ser ocultada, y esa falta de actitud se debe afrontar tibiamente sino con vehemencia ya que el silencio es la madre de la  complicidad, y la desidia es la mediocridad humana sin sustento para afrontar males descarnados.

No le debo a nadie una explicación por mi conducta mundana la que creo a pie juntillas, y seguiré mi derrotero con las mismas convicciones y fuerte idealismo, que entiendo son espejismos que la aridez de la vida nos propone, y desafíos cuasi descabellados. Tengo un cerro de piedras que ha catapultado mis escritos, pero ninguno de esos proyectiles me ha dado en mi humanidad y me ha derribado.

Es indudable que el mutismo general no ayuda a quebrar la realidad en la que nos movemos, son sensaciones individuales que -quizas- puedan modificar o torcer los desatinos políticos, con tan alta gravedad que rompen los ojos.

Estas reflexiones, que muchos de los desconocidos lectores leen, creen que son espacios que alimento por tener «agenda vacía», y reconciliarme con mi soledad y el hastío que me atosiga. No más que un «recordatorio» para algún desmemoriado que pretende cargar a mi conducta solamente por estar «al cuete», una suerte de juego que ejerzo en mis días de horas vacías.

Tengo el aval incontrastable de haber trabajado toda mi vida (nada de lo que poseo me vino del cielo o de alguna actitud corrupta); el celo con el que defiendo mi trayectoria es avalada en 43 años ininterrumpidos de desempeño comprometido con mi misión, que hoy invierto ese tesoro acumulado en «hacer lo que quiera», por lo que no acepto que se mancille ese apostolado tan sagrado tratando de  ayudar a la gente de a pie, o aquellos que confiaron en mis conductas tan creíbles y humanas,  en truculentas invenciones que laceran mi actualidad.

Ante ello, no quito ni sumo argumentos para conciliar con los «críticos» si tengo o no razón en los «ensayo» o «reflexiones» que diagramo periódicamente.

MI CONVICCIÓN ME GUÍA COMO UN FARO EN LA NIEBLA.
ANGEL QUINTANA

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