«Los peligros a los que se puede llegar con el fanatismo»

La Razón

Así lo expresaba Graciela Helena Rey en «El Tiempo» y lo compartimos como una reflexión para nuestros lectores. Los males del fanatismo a través de la historia.

Persiguió a grandes nombres de la literatura y produjo todo tipo de desgracias.

Voltaire decía que “cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es incurable” porque es corrosivo, enemigo de la libertad, del progreso del conocimiento y el responsable por asesinatos, genocidios masacres, guerras, persecuciones, injusticias y violencias de todo tipo.

Tiñó y tiñe de sangre, vergüenza y atraso la historia en lo político, social y religioso. Pasó con las cruzadas, la Inquisición, el genocidio de los indígenas, el Holocausto, el Ku Klux Klan y con las ideologías fanáticas que alimentan actos terroristas, con el nazismo, el fascismo y otros ‘ismos’ que sobreviven en nuestras sociedades.

Lo recordamos hoy porque pende sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles, como lo comprobamos en la reciente campaña electoral; por los despreciables ataques virtuales contra reconocidos colegas periodistas y porque en 2020 celebramos aniversarios del nacimiento de figuras como Karl Marx, Máximo Gorki y Emily Brontë, cuya personalidad, pensamiento y obra desataron todo tipo de fanatismos a escala global.

Algunos acusan a Marx, por ejemplo, de ser el padre del terrorismo moderno y otros lo defienden por haber creado un nuevo órgano político; a Gorki, sus detractores han fracasado en el intento de hundirlo por haber politizado su pluma, y otros lo han elevado a los altares de las letras universales, igual que a la inglesa Brontë, a quien algunos desafectos acusan de invitar a los lectores a cenar con el demonio en su gran novela Cumbres borrascosas.

Recordamos también al fanatismo porque en 2020 se cumplen 22 años de la reedición por Editorial Planeta de Novelistas malos y buenos, escrito por el jesuita colombiano Pablo Ladrón de Guevara en 1910, para satanizar a los escritores que, en su opinión, iban en contra de la moral cristiana y amenazaban la salvación de las almas

Ladrón de Guevara lanzó a la hoguera de su inquisición a más de 2.000 grandes plumas nacionales y extranjeras, empezando por Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) con todo y su Quijote y a quien acusó de poner en “…peligro la castidad de los lectores” en seis capítulos de la primera parte de su obra.

Calificó de “deshonesto y pernicioso en alto grado” a Honorato de Balzac (1799-1850) por sus máximas y principios y los sentimientos que despertaba, pues, en su opinión, La comedia humana no pasó de “un monumento a todos los vicios”.

Los franceses Charles Baudelaire (1821-1867) y Alejandro Dumas (1802-1870) tampoco se escaparon de la hoguera. Al primero lo acusó de ser “un poeta nocivo” y “autor pernicioso del malvado libro” Las flores del mal (1857). Del segundo dijo que estaba en el índice de libros prohibidos por todas sus novelas amatorias y lo definió como “deshonesto y defensor del divorcio”.

Censuró pasajes de María, la novela del colombiano Jorge Isaacs, como en el que Efraín se encuentra con Salomé, una joven, en su opinión, “… harto ligera…”, donde “la sensualidad y peligro parecen claros, sobrando para los jóvenes lo inquietante y perturbador”.

Y ni qué decir del bogotano José María Vargas Vila (1860-1933), de quien se avergonzó de que fuera colombiano y calificó de “impío furibundo, desbocado blasfemo, desvergonzado calumniador, escritor deshonesto, clerófobo e hipócrita”.

Pensar distinto y opinar y ejercer la libertad de hacerlo es como una afrenta imperdonable para los fanáticos de todas las raleas que son, como mínimo, intransigentes, obsesivos y autoritarios. No cuestionan ni razonan y ven solo en la suya la única verdad posible. Una prueba reciente de fanatismo la apuntó en su columna la colega de El Espectador Yolanda Ruiz al afirmar: “Cuando alguien escribe en Twitter que el exterminio de la Unión Patriótica ‘era un mal necesario’, que ‘ojalá se muera’ el presidente o que ‘los periodistas deberían ser aplastados como ratas’, es fácil ver los síntomas de un problema grave (…)”.

Otra evidencia tiene que ver con un sujeto que se escondía en la cuenta ultraderechista de Twitter como @antipopulimos, en la que no solo amenazó a otros colegas sino que le advirtió a la Corte Suprema de Justicia que mataría a tres magistrados diarios si no dejaban de atacar al senador Álvaro Uribe.

El fanatismo es, por lo tanto, como una especie de “gen del mal”, como lo definió el escritor y periodista israelí Amos Oz, y lo peor es que, pese a todo el daño causado a lo largo de la historia, sigue vivito y coleando.

¿Es el fanatismo una enfermedad mental?

El fanatismo no es una enfermedad mental, pero se asocia a distintos trastornos de personalidad, especialmente los de tipo narcisista, y “puede llegar a extremos peligrosos como acosar, perseguir y matar seres humanos, tratando de imponer una creencia, doctrina o ideología, considerada buena solo para el fanático o para su grupo”, advierte el investigador Guillermo Pellegrini en un escrito al respecto.

“El fanatismo tiene que ver con la salud mental…”, ratifica en su página web el Hospital Prisma, de Zaragoza, reconocida entidad privada de salud mental y que también dice mucho de la salud mental de las sociedades donde se presenta. “Todo lo llevado a lo irracional o a la exageración desmedida es malo para la salud mental…”, afirma.

Eso porque “la salud mental es un proceso dinámico que se refiere a condiciones individuales, pero también es a la vez causa y efecto de las interacciones que se establecen con el entorno y con otros en la vida cotidiana. De acuerdo con lo que se conoce como modelo espectro-contínuum, hay tres campos, cuyas fronteras son borrosas: la salud mental, los problemas de salud mental y los trastornos mentales”, explica a EL TIEMPO el siquiatra Alfonso Rodríguez, director del área psicosocial de la Universidad El Bosque.

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