Hoy compartimos: «¿qué es el tiempo?; qué sensación o influencia ejerce ese trajinar de los años llamado TIEMPO en nuestra existencia?; en una ilusión, un ensueño o en la eterna esperanza de encontrar la celestial perfección de la eternidad?» Ver columna completa:
La Razón ofrece a sus lectores un nuevo espacio de opinión, » ¿Qué es el tiempo? «
Contemplando las márgenes del arroyo, que he presenciado por décadas discurrir de sus aguas, que, con mis ojos de niño y luego de adolescente inocentes y sin complicaciones, hoy día, ya transformado su cauce, tan vandalizado, vapuleado…, y vuelto a restañar sus heridas, por causa y obra de la ONG. local, me retrotraigo a su historia y sus vivencias.
Cruentas luchas intestinas, primero por la emancipación, luego con las refriegas de dos divisas políticas, y nuestras correrías por los pasillos naturales de su fronda indígena, adorando la paz de sus lagunas escondidas y de su camalotal siempre presencial, me planteo un interrogante y las dudas quedan prendidas en esas vivencias tan arcaicas que la bruma del tiempo se encargó de borrar pero que la historia atesora celosamente… y me pregunto: ¿qué es el tiempo?; qué sensación o influencia ejerce ese trajinar de los años llamado TIEMPO en nuestra existencia?; en una ilusión, un ensueño o en la eterna esperanza de encontrar la celestial perfección de la eternidad?
Esa bruma galáctica que nos envuelve y nos hace flotar y retenernos en nuestro suelo milenario es el artífice que mueven los hilos de nuestra vida como una marioneta sumisa. El hombre solamente, una especie efímera que sobrevuela los etéreos espacios de esta «estrella azul» que se extingue continuamente, pero que se reinventa incesantemente; solo este planeta evoluciona inmerso en la galaxia dinámica e infinita, en cambio nosotros somos la cimiente que se sembró quien sabe por quién, y brotó sabiendo que al nancer morimos, en una suerte de inconsistencia y en un avatar incomprensible.
He presenciado y actuado en las alegrías de nuestra cándida niñez, la alegoría de los egos, la vanidad, codicia, egoísmo y la característica más saliente… nuestra maldad. La futilidad de nuestras ambiciones, todo lo cual me agobian, me sacan energía y caigo en un letargo de lágrimas, y una impotencia que ya me he acostumbrado, sabiendo que todo es un espejismo.
¿Con qué perspectiva vemos la vida, a los diez, veinte o cincuenta años?; quizás un solitario comprenda esos matices con más virulencia y un estado de tristeza sin ilusión, esa ilusión que nos alimenta.
El deber es lo único que perdura después de nosotros, ya que los hijos, los nietos, los afectos diversos nos sobreviven; las creencias, la religión los tabúes… nos preceden.
Vemos como nos ajamos, nos deterioramos pese al esfuerzo para preservar la lozanía; los axiomas que nos corroen siguen su curso; las envidias, las buenas intenciones, las obras loables… nuestras miserias, todo es un combo que nos nutre sin darnos cuenta, dejándoles a las nuevas generaciones ese cúmulo que se corrompe, con la naturaleza compañera que se rehace pese a sus heridas constantes.
NOSOTROS, COMO LOS ÁRBOLES DE LA SELVA, NOS ALIMENTAMOS DE LOS CAÍDOS EN UN CÍRCULO INFINITO Y UN RITUAL SAGRADO.
ANGEL QUINTANA