«La expectativa de algo» escribe Ángel Quintana.

Ángel Quintana

Como dijo el Apóstol: «He llegado a contentarme con el estado en que me encuentro» Ver toda la columna:

Compartimos una nueva espacio de opinión: «La expectativa de algo».

Obvio, con lo exiguo, famélico y etéreo de nuestras expectativas, donde de la nada me nutro; donde la voluntad se amolda a la desesperanza… sin saber qué es la esperanza, estamos transitando un estado de desánimo que lleva a preservar lo ya establecido como un tesoro inapreciable. Tendremos énfasis en subrayar los cambiantes sesgos de las mejoras viales, de estructuras urbanas, a las que catalogamos como importantes pero… ¿necesarias?, en cambio no vemos un resquicio de preocupación en domeñar nuestras nefastas conductas, que, sin lugar a dudas se retrotraen y se enquistan de lo que no debemos hacer. La crítica se posesiona en nuestros sentidos, y, como los cristianos, y otras creencias religiosas criticamos a Jesús, él seguirá en el sitial sublime de lo cierto y tangible, porque es natural que Dios nos perdone ya que «no sabemos lo que hacemos». El horizonte se nos abre turbio, velado por el neblinoso vaho que despedimos, contaminando todo a su paso, sin dejar espacio mancillado por nuestra huella, y mofándonos de los logros alcanzados pero ignorando los descalabros causados.

Vemos como un espectáculo soberbio el desprendimiento cada vez más violento de las estructuras del Perito Moreno, e ignoramos que está agonizando aceleradamente a causa del calentamiento global, y pronto ya no habrá fenómeno en qué maravillarnos. Como el Titanic, estamos malamente heridos en nuestra linea de flotación, escoreando peligrosamente, llenándose nuestros compartimentos de auto ayuda y de liviandad forzándonos a sumergirnos en una factible extinción, dejando en superficie los despojos de una batalla contra la naturaleza que sí ganamos.

¡Increible callejón sin salida!, pero para mi no representa ese avatar ya que no es posible ese desenlace para mi voluntad, tan reprimida por gestos cotidianos de mis conciudadanos, pero que no me acallan ese rencor inconsulto hacia una mayoría que muere con la convicción de que todavía «hay algo».

Ángel Quintana.

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